Tengo las horas abiertas de par en par, para dejar entrar las gotas de lluvia que han aprendido a decir tu nombre, que han aprendido a pronunciarte en medio del silencio y han dibujado tus ojos, tu mirada, detrás de cada pedazo de vida que se mece suavemente a través del cristal.
Sabes que me lates?
Estoy aquí sentada, divagando con el aroma de tu pelo, con ese número inexacto de lunares que aún no alcanzo a contar entre suspiro y suspiro mientras camino por tus comas y tus puntos y tus pausas y te siento susurrarme en esos largos paseos que bordean la piel de mis caderas.
Divago con las escamas de los peces, con las algas enredándose en las espumas blancas del azul una tarde de lluvia como esta o como cualquier otra tarde en la que puedo sentir que te respiro, que me respiras. Que estás en todas partes. Que estás…
Divago contigo y conmigo, mientras la noche se acomoda en el tejado y los violines suenan a lo lejos, arropando ese suave murmullo que conoce los secretos de las hojas caídas.
Sabes que me lates?
Mis muslos reclaman la equivalencia de tu anatomía para hacer enredaderas en el jardín del alba mientras vemos amanecer mordiéndonos la vida.
Estoy convencida de que en el interior de tu pecho, está el origen de los colores de ese otoño que amo y tal vez allí estén también acurrucados todos los versos que aún me quedan por sentir.
No sabes cómo me lates… o sí?