Tengo hambre
y me declaro insolvente.
No tengo biene(s-in)muebles
ni con ellos.
No tengo saldos, ni salarios,
ni archivos adjuntos que ponerme
como fondo de armario.
No tengo,
unos zapatos decentes
ni un corazón de recambio.
No tengo joyas, ni cruces,
ni altares, ni sudarios.
Por no tener no tengo
ni siquiera una piel que sepa
protegerme del fuego de tus manos.
Voy por la vida en cueros
con la carne abierta
y unas gotas del perfume de la lluvia
siempre a punto entre los labios.
Voy por la vida en cueros,
derramándome entre las letras
a bordo de esta ternura
que no salva
que no mata
que no cesa
pero que no me acerca tampoco
a morirme en los albores de tu sexo
y saciar todas las ansías,
de esta boca mía,
de ésta,
mi boca hambrienta.
Tengo hambre de ti
y tú
no te das ni cuenta.
Tendrías que ir vestida (a los hombres les gusta imaginar lo que hay debajo de la ropa, para después explorar lo que hay debajo de la piel).
ResponderEliminarOh... vaya... tal vez deba tenerlo en cuenta... :)
EliminarUn beso Raul.
De alguna manera nos sentimos "insolventes"...
ResponderEliminarSi no existe lo necesario para tener lo que el alma desea y ama...
... nos sentimos "insolventes".
Y nos alejamos tristes... conteniendo la fuerza que quisiera desbordarse.
Cómo estás, Angela...
Un gusto estar en tu blog, y encontrarme con tu romántica publicación.
Que tengas un buen día.
***
¡Gracias! Y un gran abrazo desde Madrid.
ResponderEliminarEs un placer recibir estas gotas de perfume y descubrir en tus versos la desnudez del alma ante el deseo... Un abrazo.
ResponderEliminarCon o sin ropa El hambre de amor deja ver Las costuras roidas de su herida.
ResponderEliminar