Tal vez fuimos cobardes y dejamos de hallarnos o dejamos de buscarnos y permitimos que el tiempo desoyese y desollase la invisible frontera que cubría nuestros pasos.
Pero en esta tarde burda, con el frío apostado entre los pliegues de mis manos, te recuerdo en silencio y en silencio, aún te reclamo.
Y reclamo las horas en que tu piel fue la piel que mordían mis labios.
Esas horas rotas, sin relojes, hechas de paréntesis a vista de pájaro.
Esas horas eternas con tu cuerpo en mi cuerpo solapando la carne como en un tren descarriado.
Esas horas de invierno, cuando se nos caía la ropa bajo la piel del tejado mientras la noche desnuda no dejaba de mirarnos. Y se nos caía la boca sobre los besos besados empapándonos la vida con un gemido en los labios…
Esas horas tan nuestras, ajenas a las sombras diminutas, que después nos convocaron…
Tal vez nunca fue tarde para llegar a encontrarnos y compartirnos de nuevo en el cóncavo y convexo de dos corazones descarnados.
Hay historias que nunca mueren... y vidas que siguen cruzadas en un instante futuro, incluso después de haberse separado.
ResponderEliminarQué suerte la mia de haberme cruzado contigo... ¡Besos preciosa!
Precioso!!
ResponderEliminares cierto que hay amores que no mueren, que están agazapados...esperando...
Un beso, Ángela.
Pilar