Sois vos, mi amado señor,
tejedor de nubes y de estrellas
que en un manto de errantes luciérnagas
me enseñasteis a volar
en el tibio tiritar de unas cometas.
Vos pintasteis los sueños
con los colores del viento en primavera,
y se inclinaron los cielos
por contemplar en vuestros ojos el aroma de la tierra.
Vos, dibujasteis un mar infinito
de corales y sirenas
en un charco de lluvia, pequeñito,
donde extendieron sus alas los poemas.
Vos, tan presente en cada ausencia,
poblador de las musas,
recolector de belleza,
sembrador de lágrimas de luna,
faro de luz ¡ hechicero de la niebla!
Vos, habéis sido alfarero de las letras,
del verbo conjugado y la palabra
y renacen con el alba vuestras huellas,
como una caricia libre y desatada.
Vos, que existís en la inexistencia del beso,
en la mudez del silencio,
en la inquietante desnudez del verbo,
en la caricia extenuada de un pétalo de viento,
sois vos, mi amado señor,
el cuenco velado de todos mis desvelos,
madre tierra de esta aprendiz de poeta
que fue semilla floreciendo en vuestros dedos,
líquida ternura convertida en letras.
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