A veces la vida se mueve en sentido contrario a las agujas del reloj y desandamos a tientas, sobre las heridas del pasado, como si quisiéramos rebuscar entre los escombros el origen del dolor.
No importa lo que hagamos, no importa. No importa cuántas veces volvamos. No podemos modificar ni un ápice de aquellos paisajes que se hicieron añicos. No podemos. Y aunque a veces sintamos que nos ahoga la misma oscura y densa niebla, no es cierto. No es aquella. Es otra. Y nosotros tampoco somos los mismos.
Tú aún me buscas en las raíces de la tierra. Aún quieres extraer de mí la entraña ensangrentada de umbilicales telas. ¿Aún no sabes que he muerto de piel para dentro? ¿Aún no sabes que una vez, morí?
Si quieres buscarme. Si quieres hallarme, mírame. Mírame ahora. He sumado costras y mis ojos de mar parecen una sombra grisácea y abstracta con algún destello de locura. Ya no soy aquella que una vez necesité ser, aunque ni siquiera entonces tú me vieras.
Tú nunca me viste. Te bastaba con saberme cerca. Como una corteza de un árbol perene. Perpetua. Sosteniendo tus idas y venidas. Tus iras contenidas. Tus juicios morales de miradas estrechas y ambiguas. Tal vez por eso no fuiste capaz de verme mientras agonizaba en medio de la nada.
Si quieres hallarme. Si quieres buscarme. Mírame. Mírame ahora. Verás las cicatrices que te nombran. Verás la niebla que ha cubierto mis días y mis horas. Verás que a pesar de estar perdida aún me levanto y camino con las piernas rotas, con la vida rota, con el alma rota ¡camino!
Si quieres mirarme, si quieres hallarme, ven a caminar conmigo, pero deja ya de juzgarme. Deja ya de culparme. Deja ya de querer encontrar en mí, lo que perdí, lo que perdiste, lo que perdimos en aquel abismo.
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