Como una sombra esculpida
en la grieta del asfalto,
inerte, ante la vida
que iba mordiendo mis pasos
así…
así quedó mi pupila
paralítica en el párpado,
así quedó la sonrisa
¡petrificada en mi labio!
así quedaron los verbos,
en la noche amordazados,
sin alas para alzar el vuelo,
sin boca para nombrarlos,
sin voz, ni oración, ni templo
¡solo un grito desgarrado!
Así…
al aire quedaron las llagas
de mi pie descalzo y yermo
y una multitud callada,
como una plaga de invierno
me fue devorando el alma,
la carne, la piel ¡y los huesos!
Así…
así me dejó la muerte,
esa ¡que vino a mi encuentro!
una muerte que no mata,
solo te borra por dentro,
asesina la esperanza,
doblega la sangre en el cuerpo
hasta dejarte colgada
de una soga, contra el viento.
Así…
así me encontró la vida,
aquella noche de invierno,
vomitando las heridas
contra un asfalto de hielo.
Un fuego desabrigado
llegó a la piel de mi pecho
y volví a sentir mis manos,
los latidos de mi cuerpo.
Se irguieron todos mis años,
se puso en pie mi esqueleto
y en un encendido ocaso
¡regresé de entre los muertos!
¡esos muertos que no mueren!
¡ni viven en sus adentros!
solo respiran y beben
la miseria, el desaliento…
Así me encontró la vida…
aquella noche de invierno
Qué venga a buscarme ahora
¡esa muerte en el espejo!
¡qué venga! ¡que ahora estoy lista!
¡para mandarla al infierno!
Cómo te comprendo cuando desafías a la muerte!!
ResponderEliminarEs hedionda, y cobarde, contigo no tendrá suerte.
Me encantó de forma ambivalente.
Buen jueves Ángela, besos
Hermoso, bello y rotundo tu poema.
ResponderEliminarSaludos desde El bierzo.
Hermosamente directo.
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