Hoy mi destino era conquistar la tarde.
Sobrevivir a la mazmorra que apresa mi cuerpo
entre los valles sombríos de la carne.
Sobrevivir al hastío, a la rutina del viaje,
a la parálisis temprana, cotidiana, de un alma
que se siente encadenada a las raíces de la sangre.
Qué difícil se me hace ¡qué difícil!
No desechar los andenes que trepan por mi espalda
y se sustentan con firmeza
sobre mis robustas caderas de tierra y agua.
Qué difícil se me hace ¡qué difícil!
Abortar en el quirófano del alma
esos sueños neonatos,
que esconden las alas de papel
que han nacido en el costado.
Coserme la mirada a las pestañas
para que no se escapen,
para que no se vayan
en su vuelo de palabras,
ese vuelo tantas veces postergado,
tantas veces aplazado para luego,
para un luego que no llega ¡que no alcanza!
ese vuelo, buscando azules mares
al otro lado del mapa,
al otro lado del mundo,
más allá del universo conocido
por los cuerdos,
que tejen fronteras,
que mueven los hilos
y cosen banderas,
banderas de sangre en las raíces de la tierra..
Yo… que no estoy cuerda,
solo quiero pintar de lunas el agua de los ríos,
solo quiero contar estrellas, contar quimeras,
contar sonrisas y hoyuelos en la mejilla de un niño.
Qué difícil es saberse
¡Qué difícil encontrarse!
Cuando las ruinas aún devastan el paisaje
y un aire tóxico de desidia se respira en el aire.
Pero hoy…
hoy mi destino era conquistar la tarde,
contemplar como ruge el cielo
de fuegos crepusculares
y empaparme de las luces del ocaso
empaparme, respirarme,
sobrevivirme una vez más
y reinventar una pequeña sonrisa
donde poder acunarme.
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