Se atropellan…
en mi pecho se atropellan los latidos que esgrimen tu nombre sobre el último bastión de ese pequeño montículo que, arrebatado y ardiente, aún sostiene la dilatada ternura de tu boca, el susurro de tus labios, la sombra azul de tus horas, la sempiterna caricia de tus manos…
Se atropella la cordura, ensordecida por la oscura belleza que tus ojos dibujan. Tus ojos… esas ventanas abiertas al infinito regalo de la vida, a la esencia misma del arrojo, de la pasión encendida, de los paisajes silenciosos que sostienen en cada parpadeo tus pupilas…
Se atropellan en mi, estas ganas absurdas de ser… simplemente ser. Ser en ti.
Al menos, Ángela, también se astropellan los versos ¡y que nunca paren!
ResponderEliminarBesos.
Así es Marcos, cuando el verso se pone en marcha, no conoce de semáforos ni de stop... :)
EliminarGracias por estar aquí. Un beso
Atropellarse con palabras convertidas en versos y con versos agrupados en poemas, es la mejor forma de tener un accidente literario. Enhorabuena
ResponderEliminarun abrazo
fus