Cuando me envuelve la noche
llegan hasta mí tus labios,
ese templo marchito
de carmín sonrojado.
Y te escribo en el silencio
de unas hojas en blanco
que tiemblan entre mis dedos
con frágil desencanto.
Y te escribo sin voz,
sin boca, sin manos.
Te escribo entre letras blancas
ese verbo callado.
Te nombro dulcemente,
en un susurro apagado
hasta que siento que tu piel
está de nuevo a mi lado…
Maldigo esta nostalgia
que llega haciendo estragos
en la carne que aún recubre
de memoria mis años.
Maldigo esta distancia
entre tu paso y mi paso,
entre tu cielo y mi cielo
que mueren, sin mirarse,
en la quietud de un mismo ocaso.
He atesorado lunas,
relojes y calendarios
y esa lluvia de ternura
donde bebían mis labios.
Perenne ha perdurado
tu olor sobre mis manos
y la brisa de tu cuerpo
tendido en mi regazo.
A veces hablo sola
sin voz entre mis labios
y en un rugir de olas
descubro que he llorado
y trepa la tristeza
hasta mis ojos callados
y vuelvo a recordarte…
a recordar que ¡aún te amo!
Es entonces que te escribo,
que te invoco y te reclamo.
Es entonces que revivo
sobre este papel mojado.
Y vuelvo a escuchar tu risa,
el revuelo de tus pasos
mientras la puerta sonríe
y tu llegas a mis brazos.
Un día quemaré mis letras,
forraré el infierno de versos amargos.
Un día olvidaré mi nombre, olvidaré tu nombre
olvidaré que existes y olvidaré también
¡Cuánto te he amado!
Y yo atesoraré por siempre en mi corazón tu amistad y esos achuchones de siempre, madrileña.
ResponderEliminarAunque no me veas o lo hagas poco, recuerdame y no me olvides.
Un abrazo de esos