Hoy no tengo ganas de llorar. No. Aunque siga con la misma daga de cristal clavada en medio de algún lugar equidistante entre el pecho y el alma, ese lugar donde se almacenan las tristezas que suceden y que invaden y no terminan nunca de marcharse.
No… No me abandonan… se van quedando… se van deshojando como flores marchitas de primaveras pasadas que dejaron sus huellas entre mis manos. Otras veces simplemente se quedan nadando entre una gota de agua, una lágrima colmada, una lágrima pequeña que se perdió o que no quiso ser encontrada y de cuando en cuando sale y se asoma a los portales rotos de mis ojos, cuando la noche se va apagando despacio y la memoria queda libre para volver a recorrer los caminos que se quedaron atrapados en algún lugar del pensamiento, amarrando el ayer entre mis brazos.
Pero no. No tengo ganas de llorar, aunque la tristeza cabalgue en mi garganta y trepe por los nudos de mi espalda cansada. Aunque mi carne se quede sin peldaños para subir a la azotea y respirar un pedacito de nube, de esa nube que guardé entre las esquinas de un papel donde escribía delirios, poemas y quimeras…
No. Hoy no tengo ganas de llorar aunque sienta que mi piel, toda mi piel, se derrama sobre la tierra formando pequeños charcos de líquida tristeza y sienta que el otoño y su nostalgia se han quedado atrapados en los surcos de mis venas, bombeando este corazón que late despacio, apenas… que apenas late ya, cansado de las idas y venidas de la noche. Cansado de limpiar el mismo escaparate cotidiano día tras día, manchado de ese color gris parduzco que ennegrece las sonrisas y no permite que entre la luz del sol por ninguna rendija.
Pero no. Hoy no tengo ganas de llorar… o tal vez sea, simplemente, que de tanto haberte llorado ya, me quedé vacía…
No soy amigo de coleccionar tristezas. Éstas, como la lluvia, caen sobre nosotros calando la superficie con absoluta facilidad. Incluso algunas traspasan la dermis para adentrarse entre nuestras emociones y hurgarnos el alma. Allí anidan esperando eternizarse porque ese es su único propósito, hacerse fuertes mientras nos debilitan...
ResponderEliminarPero como la lluvia, también ellas tienen su nacimiento y su ocaso y sólo de nosotros depende que ese lapso de tiempo sea más o menos duradero.
Abrazo.
Las lagrimas y la risa son necesarias nos despejan y nos traen calma. Muy buena entrada!
ResponderEliminarSawabona!
Es cierto lo que dices Ánima, la tristeza se alimenta de tristeza y está en cada uno de nosotros no permitir que eso ocurra.Y aunque yo no creo que sea exactamente un ciclo que se abra y se cierre bajo demanda, si se puede transformar en algo distinto modificando nuestra línea de pensamiento y de actitud.
ResponderEliminarGracias por tus palabras y por tu abrazo. Otro para ti de cosecha propia. :)
Marilyn ¡¡siiiiiii! las risas son imprescindibles pero las lágrimas también son necesarias a veces, al menos para mi.
ResponderEliminarGracias por estar. Un abrazo. Shikoba!!
me gusto tu relato.
ResponderEliminarun beso
Un texto sentido, sincero y muy bonito.
ResponderEliminarUn abrazo