Desde que no te veo, los desastres naturales han dejado de parecerme algo tan lejano.
Y ahora, el café, siempre tiene un regusto amargo y a pesar de que no consigo recordar ningún café contigo, no puedo olvidar todos los que nunca me tomé a tu lado.
No tengo miedo al silencio, ni tengo miedo a la palabra que se vomita desde dentro del pecho, pero desde que no estás, da un poco de miedo que todo el ruido tenga el mismo sonido ausente y plano.
No hay esquinas, ni rotondas, si semáforos guiñándole el ojo a las cebras muertas del asfalto.
El sol le ha declarado la guerra a mis pezones huérfanos y sin el filo de tu boca cerca de mi vientre, toda yo, parezco un invierno pálido.
Y aunque hace ya mucho tiempo que dejé de rezar, sé que me hubiese gustado llegar al cielo de tu cuerpo e hincar la rodilla en el suelo para enhebrar tu sexo entre mis labios.
Desde que no te veo, mirar el final de los días, se ha convertido en algo absurdamente pesado.
Y estoy segura de que aún me queda sangre entre las venas, solo, porque soy donante. Aunque la última vez ya me dijeron que tanto mis glóbulos rojos como mis glóbulos blancos, estaban al borde del colapso con un diagnostico fatal… se estaban enamorando.