Admito que a veces me pierdo,
me pierdo en los recovecos de la alfombra,
me pierdo y lentamente desciendo
entre los nudos callados de mis horas.
Hilos amarillentos,
que aún te sostienen en un pedazo de memoria,
deshilachada, entre las hebras del viento
de una vieja cuerda, desgastada y rota.
En ocasiones regresas
desde el más íntimo olvido
a pasear por los rincones de mis venas.
Regresas,
para hacerme recordar que no te has ido,
aunque yo te recitase en una esquela.
.
Tú estás allí.
Sin mí pero conmigo.
Inalterable, con tu áspera certeza.
Estás allí.
Ante mis ojos atrevidos,
inaccesible, revestido de belleza.
Permaneces intacto, inquietantemente cerca,
a pesar de lo lejano de tu ausencia.
Intacto. Como aquella primavera
que dejó su piel de abril sobre la mesa.
Nos dejó la vida en cueros.
Nos dejó la carne abierta,
nos dejó la piel ardiendo
y la boca encendida tras la hoguera.
Nos dejó desnudos,
con las manos llenas
de caricias en los huesos
y miradas cómplices y frescas.
El tiempo ha desahuciado las paredes,
oxidando la ternura que aún quedaba por llegar
y sé…
ya sé que nunca fuiste a los andenes
donde el tren silba despacio
y te perdiste tras la niebla que nos hizo tiritar.
A golpe de silencios y distancias,
desdibujé tu mirada para poder caminar
pero a veces…
a veces aún desciendo hasta tu entraña,
para sentir que me abrazas
para sentir que la vida ¡es algo más que respirar!
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