He sido la vigía de tu nombre,
de tu voz bordeando mi garganta,
resbalando en el rocío de las flores
y bebiendo de tu cuello la mañana.
Esperé de tu boca los colores
dibujando los caminos de mi espalda.
Arco iris tiritando entre dos soles
deslumbrando de ternura la mirada.
En tu cuerpo he sido fuego, piel y llama,
un volcán sobre tu carne apasionada,
y en tu vientre me hice sombra con la luna en la ventana
hasta ver llorar de amor, la madrugada.
Pero el tiempo fue forjando una muralla,
lapidando en el silencio la palabra.
Fue robándonos el verbo ¡fue robándonos las ganas!
y ha pintando de dolor cada batalla.
Y es que ahora la caricia ya no alcanza,
a secar el llanto amargo de las sábanas
y la niebla se hace cuerpo y la herida se hace llaga
y no podemos respirar de nuevo al alba.
Yo que he sido la vigia de tu nombre
y en tu vientre vi llorar la madrugada,
ahora vivo en el silencio de la noche
con el verbo desterrado y una lágrima clavada en la garganta.
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