203.- Carta I. Tuya
Cuando llega la noche, como un rumor inquieto se apodera de mi y apareces tú… tú cansado, tú callado, tú con tu mirada quieta, bailando entre mis letras mientras te escribo para recordar que te recuerdo.
La voluble opacidad de mis pensamientos, se llenan de ti y florecen las palabras en este papel en blanco donde aún se me enreda tu verbo y me encadena a ese imperceptible espacio de memoria donde te preservo y te aguardo
Conservo los aromas del otoño en aquella tarde en la que el tacto de tus dedos salpicaba mis manos. Y el viento.. con su voz de viento que no deja de ser tu voz, siempre tu voz, colgando de la noche, vaciando de oscuridad el cuenco donde cabe un corazón y existe un único latido, permitiendo que tu luz resplandezca en medio de la nada, en el centro de mi.
Entonces, ante mis ojos, todo se transforma. Y el sinsentido cotidiano se despoja de su falacia, dejando al descubierto la pureza, casi etérea, de la mirada ya desnuda, tu mirada…
Y se van desdibujando los paisajes que antaño coloreaban la sala. La mesa desinformada, el ordenador sigiloso, el caótico orden en el que habito a tiempo parcial… hasta este viejo sillón que soporta mis huesos cansados, todo se va transformando en ti y puedo sentir como llegan hasta mi piel los sabores que se desprenden de tus labios.
Cuando llega la noche, te escribo para recordar que te recuerdo y que aún respiro… si…. y te respiro.
Tuya
204.- Carta II. Tuya
Si. Te respiro.
Pero aún soy consciente de mi propia inconsciencia. Fue una hermosa locura saberte y saberme a través de ti.
A veces, nos encerramos de a poco, pedazo a pedazo en minúsculas cárceles que se alimentan de nuestros más íntimos miedos, fracasos, tropiezos. Se engrandecen de nuestra propia oscuridad hasta dejarnos ciegos, sordos, mudos y es entonces, cuando más vulnerables nos sentimos, cuando nos atrapan y nos quedamos aislados, tras los barrotes de ira, rabia, dolor y frustración que minuciosamente se han ido tejiendo a nuestro alrededor.
Fue en ese pedazo de tierra yerma y desértica, en ese territorio donde me exilié de mi misma y me desterré de mi propia vida, donde mis ojos se encontraron con tu mirada.
Tu mirada de la vida, del amor, del verbo, de la ternura, de la palabra… tu mirada de la piel, de la caricia estremeciéndose con soltura en torno a ese universo paralelo y lejano en el que transitaban tus pasos.
Y entonces mi boca, una esponja sedienta y ajada, comenzó a beberte. Temblorosa al principio, lamía el jugo que se desprendía gota por gota de cada pedazo de ti. Fuiste derramando y extendiendo tus raíces a través de los surcos resecos de mi cuerpo y sentí como la sangre florecía a tu paso, fluyendo como un torrente de vida entre mis venas.
Y quise más. Y me dejé llevar. Y el delirio empezó a destronar esas minúsculas cárceles, liberando cada pedazo de mi.
No recuerdo cuando fue la primera vez que me sentí que mentías. Pero creo que fue entonces cuando dejé de verte para inventarte, cuando dejé de verme, para inventarme y me lancé al abismo de intentar alcanzarte. Pero tú no estabas allí, solo existías en mí y yo… yo nunca estuve.
Me hice realidad a través de mi propio delirio y mi carne se hizo adicta a tu inexistencia. Y mordí tu boca, bebí de tus labios, cabalgué desnuda en la piel de tu deseo y te hice mío mil veces y mil veces fui tuya…. Pero tú no estabas allí, solo existías en mí y yo… yo nunca estuve.
Tuya.
Tienes un regalito en mi blog...cuando puedas pasate a recogerlo...
ResponderEliminarBesos,Vega Pasión.