205.- Carta III. Mía
Pero tú no estabas allí, solo existías en mí y yo…yo nunca estuve.
Al principio era sencillo. Intenso, abrumador, reconfortante…Me sublimaba a través de la piel de tus palabras. Me bastaba con pensarte cuando aún creía que existías. Me bastaba con saberte al otro lado de mi misma, mientras construíamos entre los dos una fortaleza ajena al mundo. El resto del mundo quedaba fuera, dejaba de existir cuando tu mirada se encontraba con la mía.
Era sencillo estar ahí… abandonarme, despojarme de mi misma y ser en ti, sentirte en mi…. Hasta que un día dejé de respirar. Suceden cosas muy extrañas a tu alrededor cuando dejas de respirar. La oscuridad te embadurna. Intentas respirar por la nariz, por la boca, por los ojos, por la piel. Te abrazas a ciegas a esa pizca de aire que aún presientes, se esconde en algún lugar, pero no logras alcanzar…y poco a poco, vas perdiendo el sentido de esa irrealidad de la que te has ido apropiando. Si. Yo me fui haciendo dueña de esa irrealidad donde transcurríamos o tal vez fue ella la que se hizo dueña de mi. Sea como sea, la primera vez que desapareciste, dejé de respirar y empecé a despertar.
Pero aún no quería hacerlo. No. Aún no quería despertar a nuestra inexistencia, así que durante un tiempo, continué con la tarea de inventarte, escucharte, sublimarte, creerte.. creer que te miraba desde dentro era algo tan hermoso… Nunca he sentido la belleza renacer en mi interior de esa manera.
Pero no podía continuar allí… estaba renaciendo, si, pero al tiempo moría. Moría, desdibujada en los vacíos. Me inventaba y me asesinaba en el mismo acto desesperado. Y aún era tiempo de vivir. Era tiempo de despertar.
Despertar de ti fue doloroso, pero lo fue aún más despertar de mi…Nunca he sabido negociar. Pasé de mi exilio autoimpuesto
a mirarte y de mirarte a inventarte, a inventarme y de allí pasé a despertar deslumbrada por el brillo de tu inexistencia y por la oscuridad de mi niebla.
Pero tenía que volver a mí. A pesar de la niebla.
Mía.
206.- Carta IV. Mía
Tenía que volver.
Volver a mí. Aún sin saber realmente quién era, sin saber qué partes de mí, me iba a encontrar a mi regreso, tenía que volver.
Estuve tanto tiempo pensando que no era nada… que destapar la caja de pandora y enfrentarme a los pedazos que allí dejé no fue tarea fácil, no.
No es sencillo ser juez y jurado y declararte culpable de los crímenes cometidos en contra de tu propia persona. Yo me dejé morir. Soy culpable. Dejé de creer en mí. Soy culpable. Dejé que la vida me acorralase y permanecí quieta, en un rincón, intentando respirar despacio.
No supe afrontar la sinrazón, las pérdidas, la oscuridad se hizo en mí y yo.. yo me dejé llevar por ella.
Nunca tuve miedo a morir, pero es muy triste amanecer con miedo a la vida… y yo tuve miedo, de eso también soy culpable. Miedo a vivir en esa tormenta imparable que me arrastró hasta el fondo de las profundidades. Miedo a sentir cada día ese dolor irreparable y ser incapaz de cambiar las cosas. Nunca me había sentido tan incapaz de cambiar mis propias circunstancias y eso me asustó terriblemente. Me paralizó en medio de mi misma.
Hace ya tiempo que volví, pero la niebla y la oscuridad, no se disipan. Se han quedado, acechando dentro de mí. Cohabitan conmigo. Respiran mi aire. Se recuestan en mi almohada y me susurran… “seguimos aquí” …yo lo sé. Puedo sentir su presencia por doquier. Pero ya no tengo miedo. No.
Ahora, persisto en mi tarea cotidiana de encontrarme.
Mía
Hola Ángela, acabo de leer esta hermosa correspondencia que estás fraguando a golpe de sentimientos escritos, es una pasada leerte prosa, sin duda nada tiene que envidiar a tu verso, y mira que eso es difícil.
ResponderEliminarBesos compi.
P.d: Espero y deseo que la vida te trate todo lo bien que te mereces amiga.